Algunos pensamientos de científicos escépticos

Por Sergio Parra en Genciencia

No importa si tienes fe en los milagros o en otros fenómenos sobrenaturales, no importa que rindas culto a Jesús, a Baal o a Zeus. No importa si eres racionalista, ateo, creyente o agnóstico. Tampoco importa que tengas fe en Santa Claus. Los siguientes pensamientos merecen ser leídos aunque sólo sea porque fueron prohibidos durante siglos de oscurantismo.
Son pensamientos acerca de cómo la ciencia erosiona el concepto de fe en lo sobrenatural; y como la única manera de avanzar científicamente es mediante un pensamiento fundamentalmente escéptico. No dudo que algunos de estos pensamientos podrán ofender las ideas de determinadas personas. Pero quizá va siendo hora de que no nos ofendamos por las ideas, porque entonces todo el mundo podría ofenderse por las ideas de los otros y… nunca se podrían publicar ideas nuevas o diferentes. De ningún tipo.
En el caso de las creencias religiosas, místicas o psedocientíficas, con más razón, pues como ya dijoChristopher Hitchens: “Lo que puede ser afirmado sin pruebas, también puede ser descartado sin pruebas.”
En cualquier caso, si hay algún hipersensible en la sala, que no siga leyendo y asunto resuelto. El resto, adelante. En cualquier caso, como espero que el hipersensible se quede y acabe diciendo que este artículo no es de ciencia, lo aclaro por anticipado: este artículo habla sobre filosofía de la ciencia; la ciencia es epistemológicamente la antítesis de la religión y cualquier otra superstición o pseudociencia; también se habla sobre la biografía de diversos científicos; se habla de biología, astronomía, paleontología y demás disciplinas; en definitiva, este artículo sí que cabe en un blog de ciencia. Y holgadamente.
Hechas estas aclaraciones preliminares, empecemos con el padre de la biología moderna, Charles Darwin, que fue progresivamente abandonando sus ideas religiosas a medida que aprendía sobre la evolución por selección natural, como explica en este pasaje de su Autobiografía:
Reflexionando sobre la necesidad de disponer de evidencias claras como requisito para que cualquier hombre en su sano juicio creyera en los milagros sobre los que está sustentado el cristianismo; y en que cuanto más sabemos acerca de las leyes de la naturaleza más increíbles resultan los milagros; en que los hombres de aquellos tiempos eran ignorantes y crédulos en unos niveles que hoy en día son resultan incomprensibles; en que es imposible demostrar que los Evangelios fueran escritos al mismo tiempo que los acontecimientos que describen; en que difieren en muchos detalles importantes, demasiado importantes a mi entender, como para que dichos detalles sean admitidos como las imprecisiones habituales de los testigos presenciales; a través de reflexiones de este estilo, que enumero no por ser de novedad o tener algún valor, sino porque a mí me influyeron, llegué gradualmente a descreer del cristianismo como revelación divina. Y tuve también en cuenta el hecho de que muchas religiones falsas se hayan extendido como un fango incontrolado sobre grandes regiones de la Tierra.
El filósofo Christopher Hitchens lo tiene claro: hoy en día disponemos de explicaciones mejores y más sencillas del origen de las especies y del universo (más sencillas porque son más coherentes y disponen de más evidencia, porque en realidad son infinitamente más complejas que las religiosas.) Por ejemplo:
Teniendo en cuenta que como mínimo el 98 por ciento de las especies de este planeta diminuto solo dieron unos cuantos pasos vacilantes antes de sucumbir a la extinción, ¿cómo se justifica el postulado de que toda esta desaparición masiva, salpicada de vez en cuando por grandes explosiones vitales (como la del Cámbrico), también tenía como única finalidad nuestra presencia?
A mucha gente Albert Einstein le parecía un hombre tan inteligente que, todo lo que salía por su boca, parecía que fuera una verdad revelada. Por eso muchos creyentes siempre buscaron en sus palabras algún rastro de creencia en lo místico o religioso.
Pero Einstein siempre mantuvo que lo milagroso del orden natural era la falta de milagros, y que su funcionamiento se ceñía a unas regularidades asombrosas. Para los que todavía duden de la fe de Einstein, él mismo se dedicó a aclararlo en una carta el 24 de marzo de 1954:
Era mentira, por supuesto, lo que leyó usted sobre mis convicciones religiosas, una mentira que se repite sistemáticamente. Yo no creo en un Dios personal; es algo que no he negado nunca, sino que lo he expresado claramente. Si dentro de mí hay algo que se pueda llamar religioso, es la admiración ilimitada a la estructura del mundo en la medida en que puede revelarla nuestra ciencia.
La Nobel de Literatura de 1921 Anatole France, si bien no es científica de profesión, sin duda tiene una mente científica y escéptica, como pone de manifiesto en su libro El jardín de Epicuro (respetuoso guiño a uno de los fundadores griegos del escepticismo):
Si a un observador de espíritu verdaderamente científico se le llamase para certificar que la pierna cortada de un hombre renació súbitamente en una piscina o fuera de ella, seguramente no diría: “es un milagro”. Diría: “Una observación hasta hoy única induce a creer que en circunstancias todavía indeterminadas los tejidos de una pierna humana tienen la propiedad de renacer, como las pinzas de las langostas, las patas de los cangrejos o el rabo de los lagartos; pero más rápidamente. (…) Procede esta contradicción de nuestra ignorancia, y claramente vemos que se debe rehacer la fisiología de los animales, o mejor dicho, que aún no se ha hecho. Apenas si data de doscientos años la idea de la circulación de la sangre. Apenas hace un siglo que sabemos lo que es la respiración.
El sabiondo y escéptico Henry Louis Mencken, si bien estaba muy tentado por el eugenismo y el darwinismo social, hizo grandes aportaciones contra los fundamentalistas bíblicos y otros fanáticos cuyo empeño era prohibir el alcohol y la enseñanza del evolucionismo:
Pero ¿en qué lugar del mundo hay un hombre que venere hoy a Júpiter? ¿Y qué decir de Huitzilopochtli? En un solo año (y esto sucedió hace apenas cinco siglos) sacrificaron en su honor a cincuenta mil jóvenes y doncellas. Hoy nadie lo recuerda, excepto quizá algún salvaje errabundo perdido en la inmensidad de los bosques mexicanos. Huitzilopochtli, al igual que muchos otros dioses, no tenía un padre humano: su madre era una viuda virtuosa y lo engendró tras un coqueteo aparentemente inocente que mantuvo con el Sol. (…) Damona, y Esus, y Drunemeton y Silvina, y Gannos, y Mogons. Todos ellos dioses poderosos de su época, venerados por millones, llenos de exigencias e imposiciones, capaces de atar y desatar, todos ellos dioses de primera categoría. Los hombres trabajaban durante generaciones para construirles templos gigantescos, templos con piedras grandes como carreteras. El negocio de interpretar sus caprichos ocupaba a miles de sacerdotes, obispos y arzobispos. Dudar de ellos equivalía a morir, generalmente en la pira.
¿Quién no conoce a estas alturas a Carl Sagan? ¿Cuántas personas se vieron transformadas intelectualmente por su libro El mundo y sus demonios, donde demostraba que la superstición se alimentaba de temores primitivos, y contribuía a reforzarlos?
Los dioses velan por nosotros y guían nuestros destinos, enseñan muchas culturas humanas; hay otras entidades, más malévolas, responsables de la existencia del mal. Las dos clases de seres, tanto si se consideran naturales como sobrenaturales, reales o imaginarios, sirven a las necesidades humanas. Aun en el caso de que sean totalmente imaginarios, la gente se siente mejor creyendo en ellos. Así, en una época en que las religiones tradicionales se han visto sometidas al fuego abrasador de la ciencia, ¿no es natural envolver a los antiguos dioses y demonios en un atuendo científico y llamarlos extraterrestres?
El brillante filósofo y matemático Bertrand Rusell incluso estuvo en la cárcel por esgrimir tus tenaces ideas sobre la libertad sexual y los riesgos de la guerra y el imperialismo. Su panfleto, Por qué no soy cristiano, se convirtió rápidamente en un clásico del librepensamiento:
He visto grandes naciones, que antes estaban a la cabeza de la civilización, extraviadas por predicadores de tonterías rimbombantes. He visto el aumento a saltos de la crueldad, la persecución y la superstición, hasta que hemos llegado al extremo en que alabar la racionalidad se considera propio de un vejestorio reaccionario superviviente de una época pasada.
Michael Shermer es un escritor e historiador especializado en temas científicos, fundador de la Skeptics Society, y editor de su revista oficial Skeptic, que está principalmente dedicada a investigar temas pseudocientíficos y sobrenaturales.
Lo que sigue es una revisión científica de la historia del Génesis que escribí para dejar de manifiesto lo absurdo que es, en términos lógicos, intentar encajar la pieza cuadrada de la ciencia en el agujero redondo de la religión. No pretende ser sacrílego con la belleza poética del Génesis, sino una mera extensión de lo que ya le han hecho al Génesis los creacionistas con su insistencia en que no se lea como una saga mítica, sino como prosa científica.
Otro escritor de cabeza escéptica es Mark Twain, menos conocido por sus escritos acerca de la religión:
La Biblia del cristianismo es una farmacia. Su contenido es siempre el mismo, pero la práctica médica cambia. Durante mil ochocientos años, tales cambios fueron pequeños, apenas dignos de mención. La práctica fue alopática (alopática en su forma más cruda y descarada). El ignorante y oscuro médico, día y noche, todos los días y todas las noches, atiborraba a su paciente con amplias y odiosas dosis de las drogas más repulsivas que se hallaban en el almacén; le sangraba, le aplicaba ventosas, le purgaba, le daba vomitivos, le desalivaba, jamás concedía al organismo una posibilidad de reanimarse ni a la naturaleza una oportunidad para ayudar. Le mantuvo enfermo de religión durante dieciocho siglos, y en todo este tiempo no le concedió ni un solo día de bienestar. Los productos del almacén se componían aproximadamente de partes iguales de venenos perniciosos y debilitantes y de medicinas confortadoras y curadoras. Pero la práctica del tiempo limitaba al médico al uso de los primeros. En consecuencia, solo podía dañar a su paciente, y esto es lo que hizo.
Para quienes todavía dudan de cuán diametralmente opuestas son superstición y ciencia, vale la pena leer la siguiente reflexión del profesor de filosofía y director del Centro de Estudios Cognitivos de la Universidad de Tufts, Daniel C. Dennett, autor de libros tan iluminadores como Romper el hechizo:
¿Venero yo la medicina moderna? ¿La ciencia es mi religión? No en lo absoluto; no hay ningún aspecto de la medicina moderna o de la ciencia que estuviera dispuesto a eximir del más riguroso escrutinio, y puedo identificar fácilmente una gran cantidad de problemas serios que todavía necesitan ser resueltos. Eso es fácil de hacer, por supuesto, pues los mundos de la medicina y la ciencia están ya de lleno involucrados en las más obsesivas, intensivas y humildes autoevaluaciones hasta ahora conocidas para las instituciones humanas, y regularmente hacen públicas el resultado de estos autoexámenes. Más aun, esta incondicional crítica racional, imperfecta como es, es el secreto del sorprendente éxito de estas empresas humanas. Hay mejoras medibles cada día.
Una cosa en particular me sorprendió cuando comparé el mundo médico del cual mi vida ahora dependía con las instituciones religiosas que he estado estudiando tan intensamente en los años recientes. Uno de los temas más dulces y consoladores que se pueden encontrar en cualquier religión (hasta donde yo sé) es la idea de que lo que realmente importa es lo que está en tu corazón: si tienes buenas intenciones, y estas tratando de hacer lo que (Dios dice) es correcto, eso es lo mas que se puede pedir. No es así con la medicina! Si estas mal (especialmente si deberías haber sabido mejor) tus buenas intenciones sirven de casi nada. Y mientras que dar saltos de fe sin mayor escrutinio de las propias opciones es frecuentemente celebrado por las religiones, es considerado un gran pecado por la medicina. Un doctor cuya devota fe en sus revelaciones personales sobre cómo tratar un aneurisma aórtico lo condujo a hacer pruebas no verificadas en pacientes humanos sería severamente reprendido si no es que expulsado totalmente de la medicina. Hay excepciones, por supuesto. Unos cuantos pioneros aventureros y dispuestos a tomar riesgos son tolerados y (si prueban estar en lo correcto) eventualmente honorados, pero pueden existir solamente como excepciones raras al ideal del investigador metódico que escrupulosamente descarta teorías alternativas antes de poner la suya en práctica. Las buenas intenciones y la inspiración simplemente no son suficientes.
En otras palabras, mientras que quizás muchas religiones sirvan un propósito benéfico al dejar que mucha gente se sienta a gusto con el nivel de moralidad que ellos mismos pueden obtener, ninguna religión sujeta a sus miembros a los altos estándares de responsabilidad moral con los que el mundo secular de la ciencia y la medicina se juzga a si mismo!
El satírico escritor de ciencia ficción Douglas Adams (autor de obras como Guía del autoestopista galáctico) se autoproclamó como ateo radical a fin de diferenciarse claramente de los agnósticos. Sin embargo, Adams no siempre lo había sido. A continuación explica cómo fue su conversión, primero al agnosticismo y finalmente al ateísmo radical:
Y yo pensé y pensé y pensé. Pero eso no bastaba, por lo que realmente no llegaba a ninguna conclusión. Estaba extremadamente dudoso acerca de la idea de Dios, pero no tenía suficientes conocimientos sobre algo que me supusiera un buen modelo de trabajo para explicar la vida, el universo y todo lo que contiene. Pero me mantuve firme y continué leyendo y continué pensando. En algún momento al principio de mi treintena me topé con la biología evolutiva, particularmente en la forma de los libros de Richard Dawkins El gen egoísta y luego El relojero ciego, y de repente (cuando estaba leyendo por segunda vez El gen egoísta) todo encajó en su lugar. Era un concepto de una simplicidad alucinante, pero que daba paso, naturalmente, a toda la infinita y enigmática complejidad de la vida. El asombro que me inspiró me hizo asombrarme de que las personas que hablan con respeto de la experiencia religiosa parecen francamente tontos a su lado. He preferido el asombro del entendimiento frente al asombro de la ignorancia.

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