De hipocráticos e hipócritas.

Es curioso el lenguaje, se dijo aquella tarde en que cansado, luego de un consultorio intenso, se recostó en su sillón preferido, bajó sus anteojos apoyándolos sobre el dorso de la nariz, levantó la vista hacia un punto lejano y recordó. Era un médico ya entrado en años y aquella mañana, aunque inolvidable, había quedado muy atrás. El anfiteatro estaba iluminado como nunca, engalanado, o a él le pareció engalanado y ante la mirada anhelante de los nuevos graduados y satisfecha de familiares y amigos, el Decano - ¿cómo se llamaba el Decano? – impostó la voz como cuando se está por decir algo definitivo y mirándolos a los ojos a todos y a cada uno al mismo tiempo, disparó:
-         ¿Juráis solemnemente ...
El juramento hipocrático. Dijo el Sí, juro con fervor, y cuando volvió a su asiento con su diploma en mano después de las felicitaciones consabidas se dijo a sí mismo que sin duda ser médico debía ser eso. Por algo llevaba el nombre de Hipócrates, el griego, el gran médico de Cos, el padre de la medicina, el juramento que acababa de pronunciar para ser aceptado formalmente entre los pares.
Pasaron los años, muchos. Y escuchó hablar mil veces de entrega, de desinterés, de sacrificio, de que ante todo el enfermo, de sacerdocio, de apostolado, de tantas cosas. Los que hablaban eran profesores, maestros, figuras prominentes de la medicina. Algunos habían muerto ya, y tenían placas recordatorias, y se les habían hecho homenajes y se habían pronunciado encendidos discursos en su alabanza y una vez más se había hablado de su entrega desinteresada y de todo lo demás.
Pero a muchos de esos prohombres él los conoció y sabía bien que hablaron y escribieron mucho más sobre ética que lo que la practicaron. Él los vio mentir datos en trabajos científicos, recomendar medicamentos y procedimientos costosísimos por intereses económicos, engañar a los enfermos, venderse al mejor postor.
También se encontró en el camino con verdaderos hipocráticos, ¡cómo no reconocerlo! Y miró su mano izquierda abierta. Esos cinco dedos le parecían demasiados para contarlos pero seguramente estaba exagerando.
Hubiera sido bueno, pensó, haber sabido quién era quién desde el principio. Tal vez no
sólo sería deseable la ética en los médicos sino también la coherencia entre conducta y discurso. Fue lamentable haber confundido durante tantos años a los auténticos con los impostores (mucho más numerosos). Si se hubiera podido señalar claramente a los lobos con piel de cordero, tal vez, aquel joven, hoy ya entrado en años, hubiera podido conservar las ilusiones.
Se calzó nuevamente los anteojos, dejó su sillón preferido y caminó hasta la biblioteca. Tomó el diccionario y leyó:
Hipocrático: adj. Perteneciente o relativo a Hipócrates, médico griego del siglo V a.C., o a sus doctrinas médicas.
Hipócrita: adj. (del griego hipokrités) ¡Qué parecido!. Que finge o aparenta lo que no es o lo que no siente. Dícese especialmente del que finge virtud o devoción.
La hipocresía, recordó, se aplicaba en Grecia a aquel personaje que en la actividad teatral se escondía bajo un disfraz.
            Cerró el tomo con una sonrisa escéptica, lo volvió a colocar en el anaquel de la biblioteca y se dijo: griegos al fin. Parecen haberlo conocido todo. Y diferenciaron las cosas con tanta exactitud, con un simple cambio de unas pocas letras. Es curioso el lenguaje. 


Prof. Dr. Alcides Greca Profesor Titular de la 1ra Cátedra de Clínica Médica de la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad Nacional de Rosario.

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